Jue. Abr 18th, 2024

Transcurría el mes de octubre de 1918 y Bogotá estaba afectada por la gripa que provocó la muerte de más de 800 bogotanos, que como describían los periódicos de la época: “caían como fulminados por un rayo desconocido”.(la gran pandemia)

“Los cementerios no dieron abasto para darles sepultura a los arrumes de cuerpos. Los hospitales no tuvieron como asistir a los cientos de personas que se aglomeraron en sus puertas”,  registraba el periódico El Tiempo.

Portada del tiempo 1918

Hace 90 años las autoridades de salud de la capital decretaron la emergencia sanitaria ante la magnitud de la tragedia, que entre octubre y noviembre dejó a más de 40 mil personas enfermas.

Como en un juego de palabras, los medios de la época registraban que “algunos de los habitantes de la calle murieron sin ningún remedio”. 

En principio la gravedad de la epidemia fue desestimada e incluso El Tiempo publicó el 18 de octubre de 1918 una información señalando que “más del 20 por ciento de la población se encuentra atacada por esta fastidiosa enfermedad, sin que baños ni remedios sean capaces de librarla de ella y aunque parece que no es grave, si lo es en alto grado desagradable”.

Lo ocurrido en Colombia fue un coletazo de la pandemia más devastadora de la humanidad que entre 1918 y 1920 provocó la muerte de cerca de 40 millones de personas en el mundo, lo que representó entre un 10 y 20 por ciento del total de los infectados. 500 mil personas murieron de gripa en los Estados Unidos y unas 196 mil en Alemania.

El presidente conservador Marco Fidel Suárez, quien se había posesionado el 7 de agosto de ese año, “se encerró en su despacho para que el mal no lo afectara”.

De nada valieron las rogativas ni que la capital se consagrara a San Roque, el Patrono de los agripados, porque la epidemia obligó a suspender las clases, cerrar las chicherías e iniciar campañas para ayudar a los más necesitados.

Un estudio elaborado por la Universidad Nacional y titulado “Las ideas médicas sobre la epidemia de gripa de 1918 en Bogotá“, señala que “los médicos estudiaron las fuentes de agua, la temperatura en las diferentes horas del día, su topografía y la forma en que llegaban los vientos, deduciendo que esta ciudad era altamente propensa a las enfermedades epidémicas”.

Mientras los medios describían que las personas morían como atravesadas por un rayo, los médicos lograron determinar que esta gripa tuvo una naturaleza brusca en la que “el individuo era atacado por dolores vagos, erráticos, acompañados de calofríos, inapetencia, náuseas y gran debilidad”, tras lo cual sucumbían.

El agobio de los males sufridos por los habitantes de Bogotá hizo recordar la epidemia de peste bubónica, que asoló a la ciudad de Londres en el año de 1665 y que Robinson Crusoe reconstruyó en su Diario del año de la peste, una narración considerada como el antecedente más lejano de lo se vino a conocer como El Nuevo Periodismo.

Crusoe relató que “no hubo paliativos, ni tampoco ya nada que ocultar; más aún, no tardó en descubrirse que la epidemia se había extendido hasta tal punto que ya no había esperanzas de que pudiese ser dominada” y contó como los londinenses abandonaron su ciudad, porque “la mejor defensa contra la peste era huir de ella”.

Ninguna medicina fue suficiente para enfrentar las devastadores consecuencias de la “gripe española” y hasta parecía inocuo el Respirol Riosa del doctor Wagner,  que se vendía como el más eficaz remedio curativo y preventivo para “desaparecer por encanto todas las molestias y las fiebres”.

Tampoco sirvieron las pastillas con base de quinina que los médicos de la época recomendaban hacer con porcentajes precisos de sal de pelletier y analgesina para tomar tres veces al día, ni el famoso específico Humphreys.

Ni la solución Woolf, vendida como “el antibiótico, germinicida y desinfectante más poderoso”, fue suficiente para enfrentar a la “dama”, como se conocía coloquialmente a la gripa que cruzó el Atlántico para dejar su estela de muerte en Bogotá.