Vie. Mar 22nd, 2024

"Se me partió el corazón cuando dejé mi país": el periodista que tuvo que abandonar Sudán debido a la fuerte violencia

El reportero del servicio árabe Mohamed Osman ha vivido en Sudán toda su vida. Cuando estallaron los combates entre facciones militares rivales el mes pasado decidió quedarse para informar sobre el conflicto. Sin embargo, a medida que los combates se prolongaban y ver al ver que la situación se volvía demasiado peligrosa cambió de parecer.

A continuación el periodista narra cómo tomó la difícil decisión de dejar su tierra natal y cómo fue el el peligroso viaje por tierra hasta Egipto.

Las columnas de humo negro se podían ver en el cielo sobre la capital, Jartum, lo que aumentaba mi inminente sensación de fatalidad.

A pesar del alto el fuego declarado, áreas como Omdurman y Jartum Bahri habían sido testigos de intensos enfrentamientos entre el ejército y el grupo paramilitar Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF, por sus siglas en inglés) y ambos bandos estaban trayendo refuerzos.

Más preocupante aún, el sonido de las explosiones se acercaba cada vez más a mi vecindario, al igual que los informes de intimidación hacia los civiles por parte de los combatientes de las RSF, los cuales incluían denuncias de robos de automóviles y saqueos.

Todo esto me empujó a tomar la decisión de irme, la cual me partió el corazón.

Como periodista que cubre el conflicto sobre el terreno, transmitir lo que está sucediendo al mundo es vital.

Pero dificultades como la imposibilidad de moverme, los deficientes servicios de Internet y de comunicación y, lo que es más importante, la seguridad de mi familia y la mía, hicieron que esta partida fuera inevitable.

La odisea

Nuestro viaje comenzó el 28 de abril. Dejamos la casa al mediodía, ya que suele ser la hora en que la intensidad de los combates se reduce un poco.

Nos unimos a un grupo de personas en un bus que salía de la ciudad de Omdurman (la urbe más poblada del país y vecina a la capital, Jartum) rumbo a la frontera con Egipto.

Pero a los 10 minutos de nuestro viaje un avión de combate apareció en el cielo, luego, muy cerca de nosotros, miembros de las RSF abrieron fuego contra el aeroplano.

Nuestro vehículo fue detenido y repentinamente rodeado por combatientes armados que querían saber de dónde veníamos y hacia dónde nos dirigíamos.

Mi esposa y mis hijos estaban aterrorizados cuando los combatientes nos apuntaron con sus armas.

Después de mirar dentro de nuestro autobús, los hombres nos permitieron salir, solo para que otro grupo de combatientes nos detuviera nuevamente unos minutos después. Esa vez, sin embargo, nos revisaron rápidamente.

Mientras cruzábamos los distritos exteriores de Omdurman, nos encontramos con calles que estaban completamente vacías.

Los vehículos pertenecientes a las RSF estaban dispersos, a menudo estacionados en las calles laterales o debajo de los árboles para evitar ser vistos por los aviones militares sudaneses que sobrevolaban la zona.

A medida que nos dirigíamos al oeste, la presencia paramilitar disminuyó gradualmente y volvieron los signos de vida normal.

Muchas tiendas y cafés dirigidos por mujeres no solo estaban abiertos, sino que también estaban ocupados y el transporte público funcionaba, aunque a un ritmo más lento de lo normal.

Sin embargo, el peligro acechaba en forma de puestos de control ocasionales y bandas armadas. Ante la ausencia de fuerzas de seguridad, los robos y saqueos van en aumento.

Afortunadamente, pudimos evitar estas áreas gracias a la información que obtuvimos de mis contactos antes de salir de Omdurman.

Sin rastros del Estado

A nuestra llegada a la frontera entre Jartum y el Estado del Norte (fronterizo con Egipto) no encontramos los puestos de control que suelen establecer las fuerzas de seguridad sudanesas.

En cambio, había una gran cantidad de vehículos de transporte privado, todos llenos de personas que se dirigían a ciudades norteñas como Merowe, Dongola y Wadi Halfa.

Nosotros queríamos llegar a Wadi Halfa, lo cual hicimos después de un viaje de 24 horas. Fue un viaje extremadamente difícil por caminos accidentados, durante los cuales el viento a menudo arrastraba arena de las dunas del desierto, oscureciendo nuestra visión.

Por la noche, paramos en un café de la ciudad de Dongola y alquilamos camas para dormir al aire libre, sin mantas que nos protegieran del frío de la noche.

En la ciudad de Wadi Halfa, fuimos testigos de escenas caóticas, porque miles de familias se enfrentan a la falta de hoteles y albergues para acoger a la gran cantidad de personas que huyen de la violencia en Jartum.

Mujeres y niños tienen que dormir en plazas públicas y en el suelo de las escuelas.

Una mujer de 50 años me dijo que había estado sufriendo en estas condiciones miserables durante cuatro días, sin comida ni agua suficiente, soportando el calor abrasador del sol durante el día y el frío intenso de la noche. Ella estaba esperando una visa para su hijo, que los llevará a Egipto.

En la frontera, no solo conocí a sudaneses sino también a personas de países como India, Yemen, Siria, Senegal y Somalia.

En su mayoría eran estudiantes de la Universidad Internacional de África, ubicada en Jartum. Uno de ellos, un joven ghanés, me dijo que quería irse por cualquier medio después de vivir “momentos muy difíciles” en Jartum en medio de los bombardeos y las explosiones.

Solidaridad a flor de piel

Un momento de luz entre tanta oscuridad fue la amabilidad de los habitantes de la zona.

Muchos residentes de Wadi Halfa y de las áreas a lo largo de la ruta terrestre del norte que se extiende hasta la frontera entre Sudán y Egipto han abierto sus hogares a las personas que huyen.

Los locales han estado compartiendo comida y agua con los recién llegados sin pedir dinero a cambio.

Baderi Hassan, dueño de una gran casa en Wadi Halfa, me dijo que había estado albergando a decenas de refugiados.

“Nos sentimos responsables por esta gente. Las autoridades aquí no tienen nada que ofrecer a los desplazados y están en pésimas condiciones”, dijo.

La situación en el cruce fronterizo era caótica. Docenas de autobuses y autos privados quedaron atascados. El personal era superado con creces por el número de personas que querían cruzar, y solo había un baño.

A pesar de que muchas personas lograron completar los procedimientos de viaje, el último ferry hacia Abu Simbel (Egipto) partió a las 5 de la tarde. Así que cientos de familias, incluidas personas de la tercera edad y niños, tuvieron que dormir a la intemperie durante la noche.

A la mañana siguiente, después de una dura noche en la que las temperaturas bajaron considerablemente, finalmente partimos hacia Egipto.

Mientras cruzaba el río Nilo en ferry, tuve sentimientos encontrados de felicidad y tristeza que me abrumaban al mismo tiempo.

Estaba feliz por salvar a mi esposa e hijos, pero triste por haber dejado atrás a mis padres, parientes y amigos para enfrentar las feroces realidades de la guerra, sin ningún escudo que los protegiera.

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