La delirante historia de Jim Morrison en el teatro San Fernando de Cali
En la mítica sala de cine -ahora convertida en una iglesia cristiana- del Teatro San Fernando de Cali vi la película The Doors en los años 90. La sala estaba atiborrada de roqueros de barba canosa, metaleros adolescentes y unos cuantos incautos que posiblemente se dejaron seducir por una foto en blanco y de negro de Jim Morrison en la vitrina.
La experiencia fue hipnótica, extraña y divertida pues la audiencia pensaba que estaba en un concierto y recuerdo muy bien haberme asombrado al ver a Val Kilmer transformarse en ‘el rey lagarto’, fue como si el espíritu errante del líder de la banda de rock de éxitos como Light My Fire o L.A. Woman y quien murió en el barrio Le Marais de París se le hubiera metido al actor. “Después de esto no hay nada más”, pensé, antes de salir corriendo tras la aparición de los créditos finales a buscar toda la música de The Doors.
La película, dirigida por Oliver Stone, se convirtió en un clásico infaltable de todos los listados de ese subgénero cinematográfico que muchos conocen como el biopic musical y a mí, que a duras penas había visto antes la horrorosa película de Kiss contra los fantasmas en una copia de VHS, me abrió un campo de posibilidades alrededor de cómo el cine podía contar la vida de bandas de rock y especialmente la torturada y excesiva vida de sus estrellas.
El listado apenas estaba comenzando. Exageradas, crudas, violentas, blandas, psicodélicas, decepcionantes y hasta insólitas estas películas están más vivas que nunca y siempre han buscado (en menor y mayor medida) impulsar sentimientos de nostalgia o incitar al consumo de la música que comparten en la gran pantalla o el streaming, como le pasó a Bohemian Rhapsody, que a pocos días de su estreno en el 2018 hizo que el catálogo de la banda Queen aumentara un 156 por ciento en Spotify, al igual que la canción homónima que inspiró el filme alrededor de la banda británica y su carismático cantante Freddie Mercury.
Los que no crecieron con esa canción de 1977, o con la música del grupo, de un momento a otro comenzaron a cantar sus éxitos y a bromear con el famoso grito de Mercury en el concierto Live Aid: ¡Eooooo!
Los ya viejos roqueros tuvieron un bálsamo de energía nueva para su historia. Aun rondan los rumores de una segunda parte y el vinilo de la banda sonora del filme se sigue consumiendo por una generación que ya no corre a grabar un casete con los temas, sino que los baja en el celular.
Ese es el ejemplo más básico de un fenómeno que no para y que ha logrado asentarse en el Olimpo donde viven otros clásicos del cine. Y dentro de los clásicos hay que mencionar la brutal The Bird, en la que Clint Eatswood se encargó de dirigir el autodestructivo y talentoso viaje musical de Charlie Parker, la megaestrella del jazz de los 40 y que triunfó y cayó en Nueva York. Es posible que no hayan aumentado las ventas de saxofones, pero lo que si regaló esta cinta de 1988 fue una mirada más humana, realista y menos contaminada del simple homenaje, como le pasó al filme A Song To Remember, que se considera la primera película que se inspiró en la biografía de un personaje musical. Se estrenó en 1945 y exploraba la carrera del pianista polaco Frederic Chopin y se tomó muchas libertades, pero despertó el interés en el trabajo del compositor.
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Hoy en día no puede haber un biopic musical que no ahonde en el infierno que desatan la fama y adoración. Todas intentan contar algo más que un recorrido por grandes hits y no es mentira que cuando uno va a ver una película de este estilo espera un poco de veneno, chisme o cruda decadencia. Funciona con casi todas, así tengan algunas licencias artísticas en su retrato: como pasó con I’m Not There, que no solo quería contar la vida de Bob Dylan, sino que se atrevió a armar un rompecabez
En Walk the Line, por otra parte, se narra la vida de un rudo Jhonn Cash, un cantante de country que revolucionó con sus letras y con una vida siempre al borde del abismo. Aunque mucha gente lo conoció por su hermosa y devastadora versión de Hurt, de Nine Inch Nails, su carrera, sus más de 90 millones de discos y un alma autodestructiva que lo llevó a la cárcel, usar drogas y hacer historia en Estados Unidos.
Un arco tan poderoso y llena de claroscuros que significaba un reto enorme para quien se decidiera a llevar su vida a la pantalla. El director James Mangold lo hizo, pero se centró en la historia de amor llena de tormentas de Cash por la también cantante Juno Carter.