Sáb. Sep 7th, 2024

‘No hay que decir lo que se piensa, sin pensar lo que se dice’

La poesía, justamente, a la que ha dedicado toda su vida, le permite al español Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, explicar el riesgo que se corre hoy, por cuenta de las redes sociales, de cruzar la sutil línea entre lo íntimo y lo público. “La poesía siempre ha sacado a lo público lo más íntimo”, anota.

A su paso por Bogotá, hace pocos días, García Montero conversó con EL TIEMPO sobre esa cualidad diversa de la que goza el español que hablamos 500 millones de personas en el mundo. También habló cómo fueron los últimos días al lado de su esposa, la escritora Almudena Grandes, la novela que le ayudó a terminar y de proyectos como ‘La Caja de las Letras’, que reúne el legado de escritores, músicos y otras personalidades.

¿Cómo va el Instituto Cervantes?

Ya estamos en 44 países del mundo, muy ilusionados porque nuestra tarea es defender la cultura y la lengua en español. Nosotros consideramos que enseñar un idioma no es solo enseñar vocabulario, es enseñar también los valores, la historia, la conciencia de la comunidad en español. Y en ese sentido, más de las actividades que tenemos no corresponden solo a la cultura española, pues los españoles somos solo el 8 por ciento de los hablantes hispanoamericanos.

¿Cuál es el ‘parte médico’ del español hoy en el mundo?

El español es el segundo idioma de hablantes nativos, con 500 millones de personas, después del chino mandarín, y tenemos muchas cosas qué decir de la cultura, la ciencia y la tecnología para ayudar a las sociedades.

Precisamente, ¿Cuál fue la preocupación principal sobre nuestro idioma en el pasado Congreso de la Lengua, en Cádiz?

Yo creo que ahí se confirmó, por una parte, la necesidad de mantener la unidad de nuestro idioma; la maravilla de entendernos a lo largo de tantos kilómetros. Y, por otra parte, la necesidad también de respetar la vinculación maternal, la diversidad. Insistir en que nadie es dueño del idioma, en que hablamos un idioma muy rico, porque no hay una capitalidad que controle el idioma y también saber que la diversidad es una riqueza. En Bogotá se habla el español como se habla acá, en Buenos Aries o en Madrid, como se hable en esos sitios. Eso nos ha llevado a respetar los matices de cada lugar de nuestro idioma.

¿Cree que está la poesía en crisis frente a las nuevas realidades narrativas digitales?

Yo veo que la nueva realidad de las plataformas digitales crea situaciones muy particulares. Por ejemplo, el diálogo entre lo íntimo y lo público tiene que ver con la poesía, porque la poesía siempre ha sacado a lo público lo más íntimo. Y eso de opinar desde la intimidad y sacarlo a lo público, que es muy propio de las redes sociales, tiene que ver con la poesía. Pero, por otra parte, no tienen nada que ver con la poesía esa idea de decir lo que se piensa, antes de pensar lo que se dice. De perder el pudor y opinar sobre lo que no se sabe. De tener un desahogo y no meditar de qué forma pasar dignamente de la intimidad a lo público. Eso tiene poco que ver con la poesía. Y a mí me gusta, como ha ocurrido siempre en cada transformación histórica, pensar lo positivo y lo negativo. Destacar lo positivo de poder comunicarse, comprender que la intimidad crea vínculos en lo público. Y lo negativo: pues, perder el sentido del pudor y creer que uno es libre por decir lo que piensa en vez de pensar que uno es libre cuando tiene la capacidad de pensar y meditar lo que dice.

“Hay que mantener la unidad de nuestro idioma; la necesidad también de respetar la vinculación maternal, la diversidad.”

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A propósito, ¿le queda tiempo para seguir ejerciendo su pasión más querida: la poesía?

Bueno, de vez en cuando. La verdad es que tengo poco tiempo porque uno siempre está pensando en cosas que tienen que ver con la institución. Pero, bueno, hay hoteles, hay viajes de larga duración, hay rincones y huecos en la vida; y me gusta mucho leer poemas, en especial los de los jóvenes. Y cuando me conmuevo leyendo un poema, pues siempre tengo la inquietud de escribir algo. Y algunos poemas los voy escribiendo poco a poco.

¿Ha publicado recientemente?

Yo publiqué en septiembre del año pasado un libro en el que intenté una respuesta a mi experiencia en la vida cuando perdí a mi mujer (la escritora Almudena Grandes), que se quedó todo en el vacío y sin sentido. Y he estado unos meses sin poder escribir después de esa experiencia tan dura. Y ahora, poco a poco, voy encontrando huevos para escribir un poema nuevo.

Precisamente, se cumplen ya casi dos años de la partida de su querida esposa. ¿Qué recuerdos guarda de esa compañera de viaje?

La verdad es que ahora, ya con la distancia de los años, pienso que he tenido mucha suerte en poder convivir 30 años con una persona a la que se admira, a la que se quiere. Porque uno también puede morirse sin conocer el amor o habiendo conocido un amor que acaba fatal. En cambio, poder compartir la vida con alguien a la que se admira como escritora, pues es una suerte. Eso me ha servido para pensar que todo el daño, todo el vacío que produjo su muerte, pues tiene una razón también alegre y feliz: haber tenido la suerte de compartir la vida con ella. Y a partir de ahí escribí ese libro de poemas titulado Un año y tres eses, donde le doy las gracias a todos los lectores, a las instituciones, a los clubes de lectura, a todas las bibliotecas que han recordado a Almudena y que nos han hecho compañía a nuestros hijos y a mí.

Todo va a mejorar fue la novela póstuma de Almudena. Un trabajo en el que ustedes dos tuvieron mucha posibilidad de compartir. ¿Qué tan retador fue esa tarea que le dejó ella de cerrar la historia?

Ella estaba escribiendo una serie de episodios de una guerra interminable que hablaba sobre la Guerra Civil española y sobre la posguerra, y de pronto llegó la pandemia. Y se sintió muy afectada por lo que significó históricamente. Lo que significó el confinamiento, los debates que se hacían en torno a esto, pues, por una parte, estaba la necesidad de cuidarnos y convivir, el valor más grande de una democracia, y, por otra parte, lo que es una dictadura y utilizar la pandemia para quitar la libertad y para imponer un poder autoritario.

¿Y esto hizo que Almudena le diera un giro a la historia?

Sí. Quiso hacer una novela sobre la pandemia y cómo todo iba a mejorar. De qué modo algunos movimientos populistas y autoritarios, que querían quitarle prestigio a la democracia y sus instituciones, se estaban aprovechando de la pandemia. Pero eso coincidió con su enfermedad. Estuvo escribiendo y corrigiendo la novela hasta el final, y cuando ya vio que no podía seguir, me pidió a mí, dándome datos, diciéndome cómo quería acabar el argumento, que terminase la obra.

¿Y cómo asumió usted ese reto?

Yo le dije que ‘sí’, pero claro, quería escribir un epílogo, para que no fuese ninguna falsedad, diciendo: ‘Voy a cumplir con lo que me pides, voy a contarles a los lectores cómo querías que terminara la novela, voy a terminarla, pero voy a decirles que hasta aquí has llegado tú. Y que a partir de aquí soy yo el que sigue lo que tú me has pedido’.

¿Qué sintió?

Fue muy emocionante, porque esa complicidad que durante tres décadas hemos tenido ella y yo, donde el amor, la admiración y la vocación literaria se han unido, ha tenido como consecuencia eso: que ella me pidiera que yo escribiese el último capítulo de esa novela.

Volvamos a uno de sus proyectos más queridos del Instituto Cervantes. ¿Cómo nació ‘La Caja de las Letras’?

El Instituto Cervantes ahora ocupa lo que fue, desde principios del siglo XX, el Banco de España del Río de la Plata. Y había allí una gran caja de caudales, que mucha gente conoce porque allí se grabaron episodios de La casa de papel. En los orígenes del banco, a ese lugar se llevaba el dinero, los documentos. Y en el Instituto Cervantes quisimos decir que la gran riqueza de un país es su cultura, que el verdadero compromiso con el pasado es saber heredar lo que ese pasado nos cuenta, para mirar hacia el futuro. Y en ese sentido, en la antigua caja de caudales, lo que hemos hecho es una Caja de las Letras.

¿En qué consiste?

Allí recibimos el legado de los premios Cervantes, de los grandes músicos, de los grandes escritores. La posibilidad de homenajear a clásicos, como García Márquez o a escritores actuales como Piedad Bonnett o Darío Jaramillo Agudelo. Y lo que hacemos en la Caja de las Letras es recibir su legado a través de algún manuscrito, alguna primera edición, alguna dedicatoria o carta, para decir, que recibimos ese legado y nos comprometemos a seguir defendiendo la cultura de nuestra lengua, de nuestra comunidad y nuestra historia compartida.

¿Cuántos autores tienen ya?

Me puedo equivocar, pero yo creo que estamos ya en torno a los 200 autores y músicos clásicos como Manel de Falla o recuerdos de Atahualpa Yupanqui, o músicos actuales como el grupo argentino Les Luthiers y Jamie Sabina.

Ustedes tienen otro proyecto que se llama Laboratorio de Bibliotecas. ¿Qué papel juega hoy este lugar sagrado de libros?

Yo creo que las bibliotecas son un símbolo de verdad. Yo recuerdo lo que me emocionó para mí descubrir un libro muy concreto de Federico García Lorca en una biblioteca. Yo nací en la ciudad de García Lorca. Él había sido ejecutado 22 años antes de que yo naciera, me identifiqué con él, pero después me di cuenta de que su libro lo encontré en una biblioteca donde había un saber y una herencia colectiva, donde podía leer a Cervantes, a Claderón, a Santa Teresa de Jesús. Pero también a contemporáneos como García Márquez, Giovanni Quessep, Piedad Bonnett. Y en ese sentido, el saber que la experiencia humana es una ilusión colectiva y que todos nos enriquecemos en la compañía, es algo muy importante.

“La lectura de ficción vivir por dentro los sentimientos del amor, del miedo, de la muerte, de la vida, de la alegría, de la tristeza”.

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¿Qué hacen ustedes con las bibliotecas?

Desde el Instituto Cervantes hemos querido asumir toda la transformación tecnológica. Hemos invertido mucho en revistas electrónicas, en la posibilidad de una comunicación electrónica en la red de bibliotecas, pero al mismo tiempo hemos querido conjuntar una biblioteca patrimonial en la que estén las primeras, desde ediciones del Covarubias o del Diccionario de Lebrija hasta las primeras ediciones de Federico García Lorca, de José Asunción Silva, de García Márquez o de todos los autores y poetas que hoy forman el valor común de nuestro idioma. Y creo que es posible una apuesta híbrida. No renunciar a todo lo que nos ofrecen las nuevas tecnologías, pero también poder tocar los libros de tantos autores.

La No Ficción parece estar manando las ventas de libros. ¿En dónde cree quedará la Ficción?

A mí me gusta mantener la esperanza. Frente al pesimismo y, por otra parte, también frente a la ingenuidad del optimismo, está la posibilidad también de una esperanza para defender lo que importa. Y en ese sentido, yo creo que la ficción cuenta, porque cumple un papel. La lectura de ficción nos permite algo muy importante que es la imaginación moral. Cuando yo leo un poema, por ejemplo La pasión de un pirata, y por dentro vivo la rebeldía de un pirata. La ficción permite una imaginación moral donde vivimos por dentro con un personaje literario que pasa de un ‘yo bibliográfico’ a un ‘yo artista’, pues vivimos por dentro los sentimientos del amor, del miedo, de la muerte, de la vida, de la alegría, de la tristeza. Y yo creo que la ficción es un acto de comprensión de la condición humana. La historia está llena de cifras y datos, que son muy importantes, pero de pronto la ficción nos permite vivir por dentro la historia; comprender la vida de alguien que ama o que sufre, que tiene alegría o tristezas, y en ese sentido creo en el poder de la ficción. Creo que la literatura y sus diálogos enriquecen la capacidad de conocimiento del ser humano.


¿Qué lecturas son las que más lo descansan y entretienen?

A la hora de escoger lecturas tengo dos tipos. Estoy leyendo mucha narrativa latinoamericana. Me interesa lo que escriben los jóvenes en México, Colombia, Argentina. Porque la verdad es que ahora la cultura española es una cultura que pertenece a la gran cultura hispanoamericana o latinoamericana. Y en ese sentido, conocer la energía de lo que se está escribiendo en Colombia, por ejemplo, y leer a una novelista joven de acá o de otro país, a mí me ayuda mucho a la hora de defender la hermandad de una cultura en nuestra lengua, que tiene mucho que decir en el panorama internacional del mundo. Por otra parte, estoy leyendo poetas jóvenes españoles, de 20, 21 o 23 años, que llegan con sus primeros libros. Porque yo voy cumpliendo años y la verdad es que lo que menos quiero es en convertirme en un viejo cascarrabias. La comunidad necesita que haya un diálogo generacional.

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