Selección Colombia femenina, con la medalla del deber cumplido... ¡gigantes!
En el cuello de cada jugadora de la Selección Colombia femenina cuelga, brillante como si fuera oro, aunque no lo sea, una hermosa medalla que indica que Colombia es subcampeón del Mundial sub-17 de la India, pero que representa mucho más: es la medalla al honor, a la lucha, al compañerismo, al trabajo honesto, al talento, al carácter, a la valentía y al fútbol. Es la medalla del deber cumplido.
La Selección no pudo traerse el trofeo de campeonas, al perder la final contra España, 1-0, pero no se quedaron con las manos vacías, las tienen llenas de orgullo, son manotadas de satisfacción por lo que hicieron, por la lucha que dieron y por la digna historia que escribieron en un Mundial que fue maravilloso.
Frente en alto
Las derrotas duelen, y más en una final del mundo, significa que se acarició el cielo y no se pudo agarrar, pero se acarició. Y eso para Colombia es una victoria. Es que este equipo jugó el Mundial como si nunca hubieran hecho nada diferente que jugar mundiales. Sorprendía ver cómo daban esas batallas, derrumbando murallas, conquistando los territorios del Mundial, y así se fueron ilusionando, y así llegaron a la final. El título hubiera sido la segunda cereza de un pastel que ya tenía cereza, porque por primera vez una Selección Colombia de fútbol estuvo en una final mundial, y la pelearon con ese coraje inquebrantable.
Esta Colombia regó fútbol. Cada una se brindó para hacer del juego una épica. Nunca se derrumbaron. Al contrario, fue una Colombia que sorprendió por su ímpetu, como si cada partido ya fuera la final, o parte de la final. A estas jugadoras las vimos gritar, celebrar, llorar, reír, abrazarse, saltar, tocar, anotar, correr, luchar, ilusionarse, las vimos ganar y las vimos perder. Lo que nunca vimos es que se resignaran. Ellas no conocen el término rendirse. Y así fue en el partido final. Colombia lo jugó con todos los argumentos de un digno finalista. La diferencia para la gloria total fue ese gol, un gol infortunado, el gol más antigol: un autogol.
Tuvieron que pasar 82 minutos. El partido, que era parejo, ya entraba en su recta final. Los penaltis asomaban, pero a medio camino apareció la fatalidad. El balón le pegó a Ana Guzmán, quien hacía un esfuerzo para despejarlo, la pelota la golpeó con desobediencia, antipática pelota, y al arco. Colombia vio cómo ese destino redondo pasaba la línea, y gol.
Antes de eso, España había tenido otro, con el mismo dramatismo, o más, porque este pasó por el veredicto del VAR, que dictaminó una mano previa. El gol se anuló y Colombia tomó nuevos aires. Pero no hubo forma de ganar, y luego no hubo forma de empatar. Ni siquiera Linda Caicedo, la heroína nacional, pudo encontrar el truco del gol.
Hasta que sonó el pitazo y se acabó el Mundial. Las jugadoras de Colombia no se desmoronaron, si algunas lloraron, no pareció un llanto desgarrador de derrota, más bien fue ese llanto que sale cuando uno piensa que sí se podía. Ellas lo saben, y saben que lo dieron todo. Y por eso es que sus manos no quedan vacías, están llenas de dignidad y orgullo. Y en el cuello, la brillante medalla del deber cumplido. El que no tenga historia, que cuente la de este equipo…